Millones de niños en el mundo hacen deporte. Todo el mundo es consciente de que el deporte beneficia a los niños no sólo físicamente sino también psíquicamente.
El deporte ofrece bienestar y enseña autodisciplina, trabajo en equipo, liderazgo, cooperación así como la habilidad de compartir, manejar el estrés y competir.
Tiene la capacidad de influir positivamente al desarrollo moral y social de los niños y niñas siempre que los padres y entrenadores ofrezcan ánimo, crítica constructiva y una instrucción ética.
No obstante, a los niños involucrados en el deporte de competición a menudo se les exige un entrenamiento que va más allá de sus capacidades físicas y emocionales.
Un tiempo excesivo dedicado al entrenamiento puede llevar a una pérdida de experiencias claves en la niñez como la socialización con los amigos y la familia.
El deporte juvenil de élite a menudo responde a las necesidades y deseos de los niños. Sin embargo, demasiadas veces, el deporte representa en gran parte un medio para satisfacer los deseos de los adultos.
Mucho más que el resto de niños y niñas, los que están involucrados en deportes de competición crecen en un mundo dominado por adultos con poco espacio para la libertad, la auto-iniciativa y la creatividad.
Aunque no existe una definición oficial para el deporte de élite, éste podría considerarse como el que requiere un entrenamiento intensivo, es decir, de entre una y dos horas diarias, al menos cinco días a la semana.
Antes de alcanzar los 6 o 7 años, el niño no puede comprender el concepto de competición; los niños menores de 9 años son incapaces de diferenciar entre el concepto del esfuerzo y de capacidad, lo cuál implica que creen que ganar sólo se puede conseguir por esfuerzo y que perder es la consecuencia de no intentarlo lo suficiente.