El libro para el que estoy escribiendo su Prefacio se inscribe, yo creo, en el marco de esa cultura jurídica que, para quienes la contemplamos desde un punto de vista externo – en mi caso, diría, tan sólo “relativamente externo”-, tiene rasgos verdaderamente asombrosos.
Desde el ámbito de una cultura jurídica tan cerrada, tan alérgica al diálogo interdisciplinar y tan propensa al formalismo como, en términos generales, es hoy la española, resulta verdaderamente asombroso que puedan escribirse libros como estos Ensaios De Retórica Forense, fruto de una experiencia universitaria que yo no imagino que pudiera darse en nuestras Facultades de Derecho.
Aquí estamos lastrados desde hace ya bastantes años por lo que se suele llamar el “Plan Bolonia”, que ha supuesto un enorme empobrecimiento de la docencia, y por instituciones tan fatídicas como la ANECA (Agencia Nacional de la Calidad y Acreditación) que ha instaurado un sistema ferozmente burocrático (yo lo calificaría incluso de “burrocrático”) para la carrera académica y que, en muchas ocasiones, desincentiva la investigación que más merece la pena o, si se quiere decirlo de una manera más suave, anima al profesorado a centrarse en temas que no son los de mayor interés para su disciplina, pero que resultan “rentables” para medrar en la academia.
La experiencia de la que el libro trae causa es un curso de Retórica forense del programa de posgrado de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul. La asignatura fue impartida con gran éxito, en el año 2019, por el profesor Dr. Eduardo Scarparo y estaba dirigida a presentar los elementos de la retórica clásica y a explorar de qué manera esas herramientas podían servir hoy para analizar diversos problemas que se plantean en el campo del Derecho procesal.
El libro contiene, precisamente, un capítulo introductorio del propio Scarparo que, de alguna manera, establece el marco teórico en el que se desenvuelven los nueve restantes, cada uno de ellos a cargo de uno de los estudiantes del curso.
Un ejemplo, sin duda, de que algunas universidades pueden seguir entendiéndose como instituciones capaces de acoger auténticas comunidades de profesores y estudiantes basadas – como escribe Scarparo en carta personal – “en el afecto mutuo y el aprecio por el conocimiento”.
Precisamente, esa tendencia a unir lo emocional y lo intelectual o, si se quiere, a sostener un concepto amplio de razón que no deja fuera a las pasiones, a los sentimientos, es un rasgo característico de la retórica y que explica, yo creo, al menos en parte, la fuerte atracción que una cultura jurídica como la brasileña siente por esa manera de entender la argumentación.