El mundo contemporáneo muestra preocupaciones emblemáticas a la sombra de la influente racionalidad científica que incide de forma imperativa en naciones y continentes, globalizados por la desigualdad de oportunidades, por la ampliación del foso abisal que separa pobres y ricos.
Su potencia, generadora de efectos exponenciales sobre creencias y conductas, apunta que entramos en un nuevo tiempo, parametrizados y posicionados por la ciencia en una proporción antes inimaginable.
Al asumir esa condición litúrgica, el desafío del hombre a los dioses – otrora proyectado en la esfera hollywoodense por profecías de la literatura de ficción del género – hoy se confirma prosaicamente en las clínicas médicas superespecializadas, a través de las nanotecnologías producidas a escala industrial o en los laboratorios de genética esparcidos por Occidente, a la espera de aquellos que pueden pagar por sus beneficios.
Los desdoblamientos de la intersección entre esa racionalidad y el espacio social, a la luz de los impactos tecnocientíficos, no se restringen más a acciones normalizadoras sobre la biología humana: ahora invaden y esculpen su sustancia.
Son procesos que matizan la biomedicalización de la sociedad y la patologización de la vida; que constituyen y expanden las bio-sociabilidades y la bio-ciudadanía como referencias preocupantes de una nueva realidad en ascenso.
La obra Salud, Cuerpo Y Sociedad demarca una intencionalidad que nuclea esfuerzos/preocupaciones epistemológicas y ético-políticas, relativas a los muchos saberes y prácticas que delimitan, atraviesan y toman el campo sanitario como morada.
El ejercicio de politizar conceptos e ideas en espacios de formación humana, implicados con las prácticas sociales – sea en la universidad, en los servicios públicos o en la gestión en salud –, es estratégico para el proceso de enfrentamiento y resistencia a la medicalización de la vida, a las desigualdades nefastas, que cada vez más contaminan las esferas de la colectividad humana.